El hecho de ser despedido/a es algo que solemos encontrar entre los miedos más habituales de la edad adulta.
El primer miedo que aparece tras el despido es, lógicamente, perder nuestra principal fuente de ingresos económicos, pero es totalmente normal que más tarde aparezcan la sensación de culpabilidad, de no valer lo suficiente y muchos pensamientos relacionados con un futuro que se nos promete muy oscuro…
¿Hay alguna forma de lidiar con estas sensaciones y pensamientos tan desagradables? ¿Yo puedo hacer algo?
Esto es lo que te vamos a contar
De todas las áreas que conforman la vida de una persona adulta, desgraciadamente, sólo el trabajo suele ser el que nos hace evaluar nuestra valía y/o capacidad.
Yo lo encuentro muy parecido (e igual de simplista, si se me permite añadirlo) que los resultados académicos en la etapa infantil: Vales lo que vales dependiendo de tus notas (cuando eres un niño/a) o dependiendo de tu sueldo y puesto laboral (si eres un adulto/a).
En esta ocasión, no voy a entrar a cuestionar el por qué estas premisas me parecen tan dañinas, sino que voy a asumir que en la sociedad actual el sentir que estás fracasando en uno de estos dos ámbitos, no solo va a significar que estas fracasando como alumno/a o trabajador/a, sino que estás fracasando como persona. Es muy fuerte, ¿verdad?
Partiendo de esta reflexión, en este post se tratará de dar recursos para las personas que hayan perdido su trabajo, para poder afrontarlo desde la aceptación, identificando los pensamientos que nos alejan de los cambios necesarios para lograr nuestros objetivos y asumir la parte real de control que tenemos sobre las situaciones (atención, spoiler: es muy poca).
Aceptación, resignación y negación
Ante un problema que se nos presente, yo siempre digo a mis pacientes que tenemos tres formas de enfrentarlo: aceptación, resignación y negación.
Siempre que hablo de estas tres formas, la persona que tengo delante se muestra algo escéptica cuando le comento que no es lo mismo aceptar una situación que resignarse, porque es cierto que suenan bastante parecidas.
La diferencia radical entre las dos es que la aceptación nos lleva a la acción, al cambio, siempre desde lo que podemos controlar y la resignación nos instala en la queja y en la pasividad.
¿Y la negación? La negación es no querer o poder asumir que tenemos un problema ante nosotros/as.
Por tanto, la aceptación es la forma más adecuada de enfrentar cualquier problema que aparezca en nuestras vidas.
Aceptarlo significa identificar qué emociones me está generando (sin invalidar ninguna), evaluar si hay algo que yo pueda hacer por solucionar ese problema y en caso de que haya algo que yo pueda hacer, evaluar cuáles son mis circunstancias iniciales, de dónde parto. Y ya desde ahí, puedo plantearme objetivos a corto, medio y largo plazo.
¿Cómo enfrentar entonces un despido?
Antes de hablar de la aceptación, vamos a ver por qué la negación y la resignación no son las opciones que queremos elegir.
Enfrentarme desde la negación a un despido no quiere decir que yo vuelva al día siguiente a mi puesto de trabajo y no sea capaz de asumirlo, no. Quiere decir que es hacer como que no ha pasado nada, repetirme a mí mismo frases hechas como: “bueno, ni que fueses el/la primero/a al que han despedido; tampoco es para tanto; hay gente que está peor que tú…”.
Es evidente que hay mil posibles situaciones y habrá gente que sienta el despido como un alivio, pero por regla general provoca en nosotros/as una serie de sensaciones bastante desagradables y negarlas (por mucho que el positivismo tóxico diga lo contrario), no suele hacerlas desaparecer.
Por otro lado, la resignación nos hace estar castigándonos por cómo han salido las cosas e intenta buscar alguna culpa en nosotros/as, lo que nos aleja del cambio. Es completamente normal pasar por esta fase, pero lo ideal es poder identificar que estamos en ella y buscar la forma de aceptar lo que nos está pasando.
Aceptación, la mejor forma de llevar tu despido
Si has llegado hasta aquí, quiere decir que quieres aceptar que has perdido tu trabajo y quieres saber cómo.
Al principio, tenemos que asumir que podemos estar tristes, enfadados/as y que nuestro cerebro curioso necesita encontrar culpables y tú estás bastante cerca… Así que la va a tomar contigo. Identifica estas emociones y permítete sentir todo lo que vaya apareciendo.
Recuerda que tu cerebro no es selectivo y le va a parecer que toda tu persona está mal, lo que es totalmente FALSO.
Aquí, justo aquí, es dónde comienza tu trabajo. Identifica qué ha podido suceder para que haya aparecido ese despido:
En muchas ocasiones, los despidos son por motivos ajenos al/a la trabajador/a como que la empresa esté pasando por dificultades económicas.
Si el despido es por ti, determina qué parte o partes puedes comenzar a trabajar y en qué condiciones te encuentras para ello. Es muy difícil hacer cambios si lo que tu mente te está diciendo es que todo/a tú entero/a eres un desastre.
En cambio, si descubro que suelo tener dificultades con la gestión del tiempo, podré ponerle solución, ya que no es algo que soy, es algo que hasta ahora estoy haciendo.
Asume que, en cualquier circunstancia, hay muchas variables implicadas y aunque creemos que todo tiene que ver con nuestra capacidad o valía, esto no es así.
Que te despidan no es algo bonito, no es algo de lo que siempre se pueda aprender y es algo que nos puede dar mucho miedo.
Tómate tu tiempo para aceptar tu nueva situación, sé compasivo contigo mismo, sé realista y no asumas culpas que no harías asumir a un amigo si te contase tu misma situación.
Identifica posibles áreas de cambio y plantéate objetivos desde el “hacer”, no desde el “ser”. De verdad que eres mucho más que tu trabajo.
Por último, como dice un cuento maravilloso recuerda que:
“Esto también pasará”.